El
Ayuntamiento de Manilva soporta una deuda de unos treinta millones de euros.
Con una población censada inferior a quince mil habitantes, se podría decir que
cada uno de ellos, de nosotros (pues aquí estoy empadronado), debemos más de
dos mil euros. La gestión municipal, en principio, parece más que deficiente,
pésima. Por otro lado, las noticias insisten en el altísimo nivel de corrupción
que, aparte de la deuda, sufrimos. Nepotismo, enchufismo, arbitrariedad,
irregularidades y presuntos delitos en los ámbitos de la contratación de
personal y de la provisión de servicios al parecer empañan buena parte de la
dinámica cotidiana en las actividades consistoriales.
Los
manilveños, muchos de nosotros al menos, estamos ciertamente preocupados.
Quienes, como yo, vivimos aquí desde hace poco tiempo nos sorprendemos (y
enfadamos) cuando constatamos el miedo de la población a opinar en público
sobre estas cuestiones, importantes sin duda. Mirar con disimulo alrededor
antes de expresar descontento o indignación por la última barbaridad nacida en
los despachos municipales es algo que suena… a lo que suena. Pero ocurre: hay
miedo a expresarse libremente. Durante unos meses me parecía casi divertido,
por lo inhabitual, pero a día de hoy me exaspera, me irrita, me incomoda, me
repugna.
César León (izquierda) con el autor de esta entrada |
Los
motivos que movieran la mano de quien haya firmado los decretos de despido de
los últimos trabajadores públicos (no funcionarios, como ha dicho algún medio
de comunicación) son las “causas objetivas”. Es decir, el comodín patronal para
soltar lastre y depurar desafectos (recordemos el color del partido que ampara
a este gobierno local: ¿no duele a Izquierda Unida en su programa ideológico?).
Nosotros
somos “microempresarios”, hemos soportado y soportamos aún el peso de los
clientes morosos, las exacciones gubernamentales vía impuestos, lo peor de la
burbuja inmobiliaria, la irresponsabilidad tediosa de la administración del
Estado, la sangre gorda de las entidades bancarias y la de algunos trabajadores
vagos. También somos expectadores del helador silencio de los entes públicos,
fiscales y profesores, inspectores y políticos… quienes -como asépticos poetas-
miran sin ver garras pulidas, grajos mélicos, corazonados truhanes y razonables
espesos brutos. Sin ver, sin hablar y sin actuar.
Entendemos
muy bien que los ayuntamientos necesitan reorganizar sus plantillas laborales,
cargadísimas a menudo por su mal uso para el pago de favores, la estrategia de
control partidista y el pedestre enchufismo de toda la vida. Sobra gente, en
Manilva también, por supuesto (medio millar de trabajadores municipales, en
números redondos) y algo hay que hacer. Pero entre hacerlo bien y hacerlo a
capricho existe gran diferencia, justo la que hay entre honradez y corrupción,
para qué engañarnos… Lo corrupto no está tanto en los detalles como en la
actitud, en los métodos.
Por
otro lado, hay que mirar a lo concreto, también. En este caso se trata del
despido del arqueólogo municipal y director del Museo del Castillo de la
Duquesa. César León es hoy un arqueólogo entre muchos que se encuentran en
situación de desempleo, parados. Hace pocos meses engrosó esa lista gigantesca
quien hacía las mismas funciones en el Ayuntamiento de Tarifa, e igualmente uno
de los dos que se ocupaban de ello en el de Estepona… Etc. Ignoro si a ellos se
lo comunicó una pareja de la policía local tocando el timbre de su puerta fuera
del horario laboral, e ignoro si sus superiores jerárquicos (directora de área,
concejala y alcaldesa) callaron antes y después de acordar el despido (no cuela
que ninguna de ellas estuviera informada, como pretenden hacer creer; las
destituciones no se producen solas ni las deciden secretarios, interventores,
administrativos o conserjes). A César sí le ha pasado así, algo que contar a
sus sobrinos… Tal vez algo que denunciar ante el tribunal competente, concursando
con su denuncia en la ruleta de la fortuna.
César León, entre su hermano Juan (izquierda) y el autor de esta entrada (derecha) |
La
cuestión es que hay un hombre más sin trabajo en la España de los cinco
millones de parados, en la Manilva de los treinta millones de deuda. Y la
cuestión es que ya nadie ocupa ese puesto, nadie se preocupa de la protección
del patrimonio arqueológico local, nadie gestiona las campañas de trabajo
internacional en el yacimiento de Alcorrín (que, cuando está siendo excavado,
visitan cada año profesores de una decena de universidades, alumnos de otras
tantas entidades de diversos países y -como poco- un par de centenares de
ciudadanos). Poco ha importado que cuando la policía tocaba a su puerta fuese
(aún lo es) el director de oficio de un control de movimiento de tierras en el
BIC del Castillo de la Duquesa o estuviera desenmarañando el galimatías
administrativo que permitiera la apertura de uno de los chiringuitos de su
playa. Nadie pensó que la inminente inauguración de una nueva sala en el Museo,
para exposición permanente de los hallazgos de Alcorrín, financiada por el
Instituto Arqueológico Alemán de Madrid y su fundación de amigos, entraba en
riesgo de fracaso al perder a su principal organizador. Incierto futuro queda
para el proyecto general de investigación en ese mismo yacimiento, de quien
César es subdirector y principal gestor de la logística de cada campaña. Y aún
peor pinta para el Museo, que, sin su dirección, podría ser cerrado por la
Consejería de Cultura en las próximas semanas.
César León |
Bueno…
quizá se pierda un museo, una sala de exposiciones, un proyecto, su financiación,
los puestos de trabajo que ello implica, quizá un ciudadano pierda su negocio o
se dañen los restos soterrados bajo el vial del Castillo… No importa porque, al
parecer, se ha conseguido lo pretendido: echar a un trabajador honrado (y
sindicalista además: el mismo demonio) y maquillar las rojas cuentas públicas,
que es lo que cuenta. ¿O no?
Fdo.: José María Tomassetti Guerra, administrador de Arqueotectura S. L.
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